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Miquel Porta, del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM) y catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), documenta que vivimos rodeados de tóxicos, pero se niega a caer en el pesimismo. Ha escrito el libro Vive más y mejor que recoge iniciativas empresariales y ciudadanas de éxito para reducir la contaminación quÃmica y medioambiental y arrojar luz en plena explosión de fake news y bulos.
PREGUNTA. Bisfenoles, ftalatos, PFAS, DDT… En lo que comemos, en lo que respiramos, en los muebles, en los cosméticos, en los juguetes… Duele la cabeza de sólo pensarlo. ¿Nos están envenenando o hay ya mucho de simple teorÃa conspiranoica?
RESPUESTA. Vivimos rodeados e impregnados de contaminantes que están aumentando nuestro riesgo de sufrir enfermedades. Es una realidad. Y sÃ, están presentes en los alimentos, en el aire, en los envases… Muchas personas, empresas e instituciones ya han pasado de la incredulidad a la acción.
P. Si la situación es tan generalizada, poco podemos hacer como individuos.
R. Algunos nos quieren hacer pensar que no se puede hacer nada, pero no es verdad. Compramos y votamos, por ejemplo. ¡Claro que podemos hacer algo!
P. ¿Y por dónde empezar? ¿Aparcando el coche en el desguace, con una cesta de la compra sólo ecológica…?
R. Que cada uno haga suyas estas cuestiones a su manera. Empecemos por lo que nos resulte factible y apetezca. Puedes empezar por no volver a calentar alimentos en plástico, cocinar más en casa, comer más alimentos ecológicos… Hay que hacerlo con menos quijotismo y más pragmatismo. Eso es lo que escribo en el libro, iniciativas de instituciones y empresas que sà están tomando medidas: envases, agua, carne y agricultura de calidad, cambios en la composición de la ropa y los cosméticos, escuelas y empresas menos contaminadas…
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R. Las buenas agencias tienen una influencia crucial, aunque vivimos en redes. Y Sanidad va muy por detrás de Medio Ambiente.
P. Y en ese nuevo mundo estructurado en redes, ¿qué papel tiene el médico?
R. Que muchos médicos sólo tengan tiempo para diagnosticar y tratar es un problema de salud pública. La medicina clÃnica debe implicarse más en modificar las causas sociales y ambientales de las enfermedades. Ylas instituciones deben promover más investigación y polÃticas sobre esas causas.
P. ¿Lo están haciendo?
R. No. Es lógico que las empresas quÃmicas y tecnológicas no lo hagan porque sus beneficios legÃtimos salen de vender productos para el diagnóstico y el tratamiento. Son las instituciones públicas y algunas fundaciones privadas las que deben financiar mejor la investigación y las actuaciones sobre las causas ambientales, alimentarias o laborales de las enfermedades.
P. ¿El médico está comprometido con la causa?
R. Sobre los tóxicos ambientales hay cajeras de supermercado mejor informadas que algunos catedráticos de Medicina. Hace falta la complicidad de muchos: médicos, consejerÃas, asociaciones de padres, colegios, empresas… para, por ejemplo, evitar que desde la fábrica hasta el comedor escolar o laboral la comida caliente esté en contacto con plásticos.
P. Cuesta distinguir, de todo lo que se cuenta, qué es cierto y qué no.
R. SÃ. Por eso, en el libro recomiendo fuentes de información fiables. La práctica clÃnica sobre disruptores endocrinos y otros contaminantes ambientales debe basarse en la evidencia. Hay que tener cuidado con los fraudes de la “medicina ambientalâ€.
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En octubre de 2015 la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, organismo de la Organización Mundial de la Salud, publicó un informe en el que concluÃa que la carne roja es “probablemente carcinógena†y las carnes procesadas -enjuiciadas y condenadas, se podrÃa añadir- son “carcinógenasâ€. Diversos estudios han asociado el consumo elevado de carne, además de a varios tipos de cáncer, a fallo renal, diverticulitis, ateroesclerosis y enfermedad cardiaca. Al ganado, sobre todo al vacuno, se le responsabiliza por otro lado del 15 por ciento de los gases con efecto invernadero. Se incide en el despilfarro que supone su crianza: conseguir una calorÃa de carne de pollo implica alimentarle con nueve calorÃas de piensos, y eso que el pollo es una de las carnes más eficientes. Y un tercio de la tierra cultivable del mundo se utiliza para cultivar alimentos para el ganado, lo que deforesta el paisaje.
A finales de enero, The Lancet publicaba un informe de 26 expertos de 14 paÃses dirigidos desde las universidades George Washington (Estados Unidos) y Auckland (Nueva Zelanda) y desde la Federación Mundial de Obesidad, en el que se culpaba a los dirigentes del mundo de la obesidad, la desnutrición y el cambio climático, las “mayores amenazas†para la población. PedÃan que las subvenciones públicas de unos 500.000 millones de dólares destinadas a las industrias de la carne de vacuno, productos lácteos y otros alimentos se transfieran a una agricultura “sostenible y saludableâ€, y propugnaban el establecimiento de una Convención Marco sobre Sistemas Alimentarios, similar a las convenciones mundiales para el control del tabaco y el cambio climático.
Una semana antes, también en The Lancet, otra comisión internacional formada por 37 cientÃficos de 16 paÃses definÃa la ‘dieta ideal’, tanto para la salud del ser humano como del planeta: duplicar el consumo de nueces, frutas, verduras y legumbres, y reducir a la mitad la ingesta de carne y azúcar. Esta ‘salud planetaria’ podrÃa prevenir más de 11 millones de muertes prematuras cada año, reducirÃa las emisiones de gases de efecto invernadero y preservarÃa más tierra, agua y biodiversidad. La dieta ideal, de 2.500 kcal al dÃa, pesa 1.324 gramos distribuidos de la siguiente forma: leche entera o derivados (250 gramos), arroz, trigo, maÃz y otros cereales (232), frutas (200), verduras (300), patatas y yuca (50), azúcares (31), pescado (28), huevos (13), grasas añadidas (52), legumbres (75), frutos secos (50), pollo y otras aves (29), y ternera, cordero y cerdo (14). A los reproches cientÃficos contra el exceso de carne, se unen los abucheos de veganos y vegetarianos, los lamentos animalistas que despiden con cánticos y besos a los cerdos transportados hacia el matadero y las protestas por las condiciones inhumanas en las que se estabula y sacrifica a pollos y cerdos.
Aun asÃ, la producción mundial de carne, y el consumo, es hoy cinco veces mayor que en los años sesenta del siglo pasado: de 70 millones de toneladas ha pasado a más de 330 millones en 2017, con una población que ha crecido de los 3.000 millones a los 7.600 millones actuales. Lógicamente, el consumo varÃa: Estados Unidos y Australia, junto con Nueva Zelanda y Argentina, encabezan la lista de carnÃvoros, con unos 100 kilos por persona al año, el equivalente a 50 pollos o media vaca. Algo menos, unos 80 kilos, es la media de los paÃses europeos; etÃopes, ruandeses y nigerianos se tiene que conformar con 7, 8 y 9 kilos de media al año. El consumo de carne es un sÃntoma de riqueza y progreso: en los años sesenta un chino medio consumÃa menos de 5 kilos al año, en los ochenta habÃa subido a 20 kilos y en la actualidad llega a 60 kilos.
La producción mundial de carne, y el consumo, es hoy cinco veces mayor que en los años sesenta
Algunos atisban un horizonte libre de granjas y pastos gracias a la carne de laboratorio. En 1931, Winston Churchill ya predijo que la tecnologÃa alimentaria pronto liberarÃa a los humanos de “lo absurdo de criar un pollo entero para comer la pechuga o el muslo, al cultivar estas partes por separado bajo un medio adecuadoâ€. Con estas carnes sintéticas, imaginaba el estadista, los parques y los jardines reemplazarÃan los campos arados.
La primera hamburguesa artificial se presentó en 2013 en la Universidad holandesa de Maastricht: contenÃa unas 20.000 células musculares multiplicadas in vitro, costó 250.000 euros y era algo sosa. Mark Post, el biólogo que la cocinó, y que luego fundó la empresa Mosa Meat, ha dicho, según se recoge este mes en Nature, que ahora puede hacer una hamburguesa de 140 gramos por 500 euros, y desde la compañÃa israelà Aleph Farms aseguran que pueden cultivar un filete sencillo por unos 50 dólares.
Hay al menos unas veinte compañÃas en el mundo criando carne limpia en los laboratorios: ternera, cerdo, pescado, pollo, huevos, leche, fuagrás y hasta cuero. Algunas han recibido inversiones notables de los millonarios Bill Gates y Richard Branson y de los gigantes cárnicos Cargill y Tyson. De todos modos, “aún quedan muchos obstáculos técnicosâ€, decÃa en Nature el biólogo Paul Mozdziak, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, que trabaja con cultivos de pollo y pavo. Los desafÃos, muy costosos, incluyen el desarrollo de mejores lÃneas celulares y medios nutritivos para alimentar esas células, junto con andamiajes que sustenten los tejidos y biorreactores para la producción de carne a gran escala. No hay que olvidar el sabor. Un bocado apetitoso de carne contiene algo más que células de fibra muscular, como tejido conectivo y células grasas. Más éxito inmediato parece estar teniendo la contradictoria carne de origen vegetal: proteÃnas de soja, trigo, fibras frutales, arroz, grasas lácteas o frutos secos con apariencia de hamburguesas.
Los más ambiciosos, como la compañÃa californiana Impossible Foods, se centran en identificar y multiplicar las proteÃnas u otras moléculas que dan a la carne sus seductores aromas y texturas. Su fundador, Patrick O. Brown, afamado biólogo molecular de Stanford, está convencido de que ha encontrado “el ingrediente mágico†del sabor de la carne: la estructura llamada hemo, una jaula molecular de nitrógeno que rodea un átomo de hierro; es un poderoso catalizador para la hemoglobina y otros compuestos. Un futuro, en fin, de carne picada, sin chuletones, rebaños ni pastores. Vida bucólica de laboratorio.
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Mujeres pobres gestando por encargo para parejas ricas, mujeres que sufren el robo de sus hijos tras el alumbramiento para ser vendidos a parejas con posibles, mujeres cediendo para adopción a sus hijos por no poder atenderlos debidamente (por estar solas, ser familia numerosa con pocos recursos) o concebidos en momento inoportuno o con hombres inadecuados…
Todo esos dramas personales, familiares y sociales, que han venido formando parte de la intrahistoria (Miguel de Unamuno, 1905) de la humanidad, de pronto, bajo nombres más o menos eufemÃsticos, como vientre de alquiler, maternidad subrogada o gestación por sustitución, se transforman en una lucrativa industria de tráfico de bebés, con granjas de mujeres gestantes o grupos de mujeres desesperadas (de nuevo la pobreza) que se someten a técnicas FIV para engendrar niños, con la mediación interesada de organizaciones mafiosas (algunas con apariencia muy seria y formal, por cierto), para personas y parejas (heterosexuales, homosexuales,…) que defienden su ¿derecho? a ser padres al precio que sea, incluso el de promover con ello otra forma más de esclavitud y prostitución del cuerpo femenino a escala mundial.
Tanto les da que en España sea una práctica ilegal; se van al paÃs que les ofrezca el producto con más facilidad y agilidad y más barato y luego, ya sean artistas, deportistas, famosos, socialités, influencers o un grupo de afectados anónimos, acuden a los mass media para, desde ellos, presionar al Gobierno porque no reconoce a esos menores. Para rematar el panorama, ahà esta Ciudadanos soltando flores a favor de la gestación subrogada “altruista†como ésta, en boca de Inés Arrimadas (en La Sexta): “Es que todo lo nuevo os asusta. Cabify, Uber, todo os asustaâ€.
El Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona hizo público la semana pasada el Documento sobre gestación por sustitución, en el que se posiciona en contra -considera que no debe ser una alternativa legal para tener descendencia por lo que supone de “mercantilización del cuerpo humano†y por las “situaciones de vulnerabilidad que generaâ€- pero aporta varias garantÃas para paliar daños en caso de que al legislador nacional se le ocurra finalmente legislar a favor.
Mientras tanto, bueno serÃa que médicos, enfermeros y farmacéuticos aprovecharan consultas de personas o parejas interesadas por esta por ahora ilegal opción para explicarles que antes hay otras, éticas y legales y para nada complejas, como la acogida de uno de los miles de menores que esperan institucionalizados a que alguien les ofrezca la posibilidad de crecer en familia.
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